En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, los diez años de la Libertadores 2007. 

Hace 10 años Boca ganó su última Copa Libertadores en Brasil –linda costumbre-, con un Riquelme inspirado y con momentos de gran fútbol. La emoción invade esta nota, porque extrañamos a nuestra mejor amiga. Ojala la volvamos a ver pronto…

 

Todo terminó el 21 de junio, pudiendo dormir una larga siesta. Es que la fiesta en Córdoba fue tal, que pasar de largo e ir a firmar libreta a la Facultad, todo vestido de Boca (camisa, gorro y bandera) gritando cuando cientos rendían… Valía la pena. Porque esa noche nadie durmió, porque Boca logró un festejo sin igual. Porque… Paremos. Hay que empezar desde el principio.

¡Vamos a ser campeones de la Copa! Gritaba llorando, con el alma desgarrada cuando terminó la final frente a Estudiantes. Un poco de convicción y mucho de bronca, y ganas de que ese día se olvidase rápido hacían que Mayco me escuchara tal afirmación, como no permitiendo ver lo que estaba en la “tele”. Boca perdía un campeonato increíble y las ganas de revancha no daban lugar al tiempo.

El verano se vivía con los nervios de la Facultad –algo nuevo, totalmente desconocido, que generaba ansiedad- y la ilusión de una nueva Libertadores –algo muy conocido, para nada nuevo, que generaba mucha más ansiedad-. La llegada de Riquelme era el condimento que faltaba para estar seguros y verlo por primera vez en “La Docta”, la seguridad de que todo iba a ser vivido diferente. Lejos de las noches caseras de Copa, la capital cordobesa de golpe se convertía en un lugar necesario.

Así, esa Copa fue tan hermosa como inexplicable en palabras, lo que sentimos. Porque todo empezó en la altura de La Paz y desde allí, la cima no quedó tan lejos…

Emociones con tonada…

Es hasta el día de hoy, que la memoria hace bien su trabajo y la sensibilidad aflora, cuando aparecen esas imágenes. Todo, absolutamente todo, me lleva a cada detalle de esos momentos de hace una década. Porque esa Copa fueron muchas en una, o muchos instantes de esos que escribió Jorge Luis Borges en su poema.

Porque fue el pedido​ a Mauro, profesor del Cursillo, de dejarme salir media hora antes del final de la clase. “¿Es una cuestión de salud?”, preguntó. “Sí, si no veo a Boca la voy a pasar mal” respondí; el grito solitario del zapatazo de Ibarra, frente a Cienciano, en un bar de “gente bien” –en una especie de revancha de la Recopa-; el maldecir a los mexicanos. Fue el cuarto partido, para gritar recién un gol de Román, y el sexto para que Palermo comenzara a darnos los “goles y alegrías”. Fueron los “tapados” que sirvieron para pasar de grupo, Boselli, Marioni. Un Dátolo que cambiaba murmullos por aplausos y un Palacio que ya se adueñaba del traje de ídolo. Fue el “cortar clavos” con Bolívar y respirar con el séptimo gol…

Fue el partido vs Vélez,  en el departamento de mi hermana. Enloquecer más que Sessa insultándolo, luego de su locura hecha patada y el penal errado; los vecinos, que empezaban a conocer al loco de Boca que gritaba desde la ventana;  la vuelta con la camiseta suplente -con la que volvió Román– en Liniers, para darnos cuenta que nos iba a cuidar como a la pelota… como nadie. Que el sufrimiento era mucho, pero la fe también.

Esa Copa fue el partido de ida contra Libertad y el error de Caranta y Riquelme en el penal; el gritar puteando y direccionando el grito a los amigos del hermano, de mi mejor amigo (que tan contentos estaban y tantas boludeces hablaban) y la escena –como si fuese de celos de una pareja del tipo “o ellos o yo”, para ver los próximos partidos. Por saber que no veo partidos con hinchas de otros clubes, el corazón agitado, la preocupación por la revancha frente al conjunto paraguayo. Fue la vuelta en tierra guaraní y Riquelme haciéndose cargo, de la pelota, de las jugadas, de las emociones, de festejar frente al pueblo que había viajado. El abrazar a mi viejo y a Franco, la tapa de Olé, el día después,  con el “Feliz Cumpleaños” y el recuerdo de hacerlo en la fecha de las muletas. Mientras ellos estaban afuera desde temprano.

Fueron instantes, hermosos y preocupantes. La derrota frente a Cúcuta, la mala salida de Bobadilla y los insultos de Ale. La vuelta y la neblina. El gritar goles no vistos por nadie. Tiro libre mágico, Martín “pescador” y el más ganador anotando el tercero. El abrazo entre el 10 y el 9. El desahogo de llegar a una nueva final. La gente enloquecida.

Fue aislarse de las palabras de un compañero gashina, que terminó siendo de Sportivo Belgrano, de que no me ilusionara, de que no la ganábamos. Que Gremio era mejor, que definíamos allá… Fue el nerviosismo hecho carne, el sufrimiento inagotable, hasta que la carambola de Palacio hizo explotar, el tiro de lejos de Román creerlo más y el gol más raro con Ledesma involucrado (¿Saja había ido?), hacernos ilusionar. Fueron los miles de papelitos azules y amarillos en el césped, para mejorar la postal. La primera final 3 a 0 y viajar, para campeonar. La camiseta con el escudo en medio del pecho, para empezar a inflar…

El momento glorioso

De allí hasta el 20 de junio todo fue un instante lentificado… El tiempo, en estos momentos se alegra de hacernos larga espera. Hasta que cuando ese instante llega, el muy maldito se pasa volando. Y así llegaron los pantalones de entrenamiento amarillos, del 2003, a tierra gaucha para no confundir con los colores locales. Que llenaron el estadio, que mostraba tumbas de Boca… que respetaban mucho, sabían quién estaba del otro lado. Ahí estaba Russo –¡Gracias Russo!- con su sobretodo beige; Schiavi en el equipo contrario y su cabezazo en el palo–que injusto hubiese sido-, el primer tiempo de ida y vuelta. Lo que tiraban desde las tribunas cuando iban al vestuario…

Esa Copa fue el segundo tiempo. La maestría del 10, luego de la subida del 4. El golazo desde el vértice del área grande, el ex arquero cuervo volando. El griterío sin fin. El llanto desconsolado. Mi hermana que entraba al departamento para abrazarme, para no retarme por la pasión desbordante, por el alma que en ese grito estaba dejando. E abrazo y se emocionó, entendió lo que era ese instante en nuestras vidas, más cuando la mejor amiga canina, se había ido 24 hs antes. Fue el abrazo con sin pausa con Benja, “Checho” y Santiago. El baile en la ventana del octavo, para que el idiota del frente entendiera lo que era festejar algo. Un “gashina” de apellido parecido a Sprayette, bien pedorro como esos productos, bien corto de genio como todo hincha de la TV. Todos arrodillados en el piso, sabiendo lo que confirmaba el relator: “Es el genio del fútbol argentino, que no les parezca exagerado. Esto es Riquelme. El mejor de la Copa lo tiene Boca y es Riquelme”. Empezábamos a ser campeones y lo confirmábamos con el quinto gol global, para la mayor diferencia en una final. Para el pueblo que festejaba, para un país que en el día de su bandera veía como el mejor representante en tierras ajenas “repetía una costumbre”.

Fue el ponerse mal por el penal de Palermo, pero reírnos del festejo del “gashina” por haberlo errado.

Fue el pitazo final. Fue la emoción y mi viejo del otro lado del teléfono. Fue el llanto glorioso, el “único grito en el continente que siempre es y seguirá siendo Boca”. Fue la alegría desbordante, las ganas de salir a todas las calles. Fue Córdoba azul y oro, un festejo sin igual, salvo alegrías albicelestes o ascensos de Belgrano y Talleres. Fue pasar la noche de largo, dando vueltas olímpicas con la gente en basureros, en los techos de los autos. Fue ver el partido de nuevo, pasar de largo. Firmar la libreta vestido de Boca, mi carta de Presentación en la Facultad de Comunicación. O mejor dicho: la mejor manera de comunicar quien era y cómo era (soy) yo. Fue un instante, uno de esos buenos momentos de los que habla Borges y viviría si volviera el tiempo atrás.

Fue una noche y una fiesta inolvidable. Todo el mundo la recuerda. “Tenés razón, los otros que fueron a festejar al Olmos no llevaron tanta gente” me dijo, no hace mucho un hincha de otro club.