En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el debut en una nueva Copa Argentina con la vuelta de la gente en Córdoba.

Es sábado. Hay una tarjeta de crédito con los colores de Boca para comprar las populares y el club más popular que las agota en segundos. Hay una actualización de una página Web, para no quedarse afuera de la fiesta y hay una actualización, una renovación -como siempre, como cada año- de la ilusión.

Ya es miércoles. Y pasó mucho tiempo para que la gente vea a Boca en Córdoba. Exactamente dos años y un mes (02/02/2020). A principios de ese año, cuando la pandemia era algo que pasaba en otras partes, Boca llenaba como en todas partes y era la última vez que la gente podía verlo en el Kempes. Diez meses más tarde, cuando volvió todo era fue diferente. Muy diferente: sin público en las tribunas y con los jugadores formando una “M” en la mitad de la cancha. Tampoco estaba Diego Armando Maradona. La realidad, ya había cambiado demasiado…

Tanto tiempo te esperé…

Es martes. Hay un sol que pega de frente y fuerte, un brillo que parece que molesta. Parece porque falta poco para ver a Boquita y en ese momento nada molesta. Hay una fila de autos que parece interminable en la Avenida Colón, cuando los autos enfilan todos hacia el ex Chateau Carreras. Hay personas que llegan en el día a “La Docta” buscando sus entradas en puntos referidos; hay personas que vienen de hace días, que aprovecharon las minivacaciones para acercarse al hotel donde concentraba Boca. Estaban disfrutando de un finde extra largo, al igual que el amor por los colores. Aunque este último no termina.

Hay mucho grito y poco barbijo en la previa. En la juntada bostera, en cercanías de la cancha donde los Bosteros de La Docta y la Peña Boca es su gente se encargan de la fiesta y de cumplir su rol de buenos anfitriones; también llegando al estadio, cuando los motores aceleran y las pulsaciones hacen lo mismo.

Hay una familia que lleva algunos de sus representantes y uno de ello se olvida lo que lo presenta frente al mundo. Corre a buscar su DNI, para poder entrar a la cancha. Pareciera que hasta nos olvidamos partes del ritual. Está el hermano mayor y el mayor representante de Boca, Ale, que a fines del año pasado se casó e hizo una fiesta “a lo Boca”.

Está su amigo, con su padre que lleva una remera que dice “Te quiero, pero juega Boca”. Ese amigo que aprovechó la fiesta de ese casamiento para casarse también, pero con el Club de sus amores. Están Juanjo y Ale, festejando una amistad por y gracias a Boca. Está Rubén con su hijo, festejando una vez más ese lazo interminable e interrumpible. Porque “ni la muerte nos va a separar”.

Están los vendedores de banderas de siempre, los choripaneros de siempre, las camisetas en la calle para que las compren, como siempre. Pero es tan diferente… Hay un quilombo como siempre, el embotellamiento de siempre, la lentitud de las cosas como siempre. Pero se siente tan lindo. Parece un oxímoron, pero es que hay unas ganas de volver y se percibe tanto en el aire, que no hay ganas de enojarse por cualquier cosa.

Hay charlas previas esperando que “Charly” llegue, para completar el grupo e ingresar al estadio. Hay luces azules y amarillas, en los hormigones del Mario Alberto que dan la bienvenida y hay quienes quieren miran las entradas ajenas de reojo, que dan ganas de iniciar la retirada de ese primer lugar de encuentro.

Hay un grupo que se separa, porque está la desorganización de siempre. Ese grupo no se verá hasta después del partido, pero no importa, porque están entrando para verlo. Está el tipo que te corta la entrada que siempre, siempre, se quedará con la parte que dice “Boca Jrs.”, y te dará el que dice el nombre rival. Hay una escalinata, que no es la misma que en La Boca, pero sirve para llegar al escalón final, sentir que vas a volver a ver al “Xeneize” y te dará un sacudón de alegría.

Hay un barbijo que ya no está en su lugar correcto y tampoco lo estará. Hay uñas que se comen, fotos que se sacan, stories que se suben con el escudo siempre delante; hay gente que se para, otra que se sienta. Hay quienes comienzan los cantitos y quienes los siguen. Hay quienes están más tranquilos y hay otros que no ven las horas de que empiece. Son los mismos que pedirán que no termine, para disfrutarlo un poquito más.

Hay un calentamiento previo, de piernas de los jugadores, de gargantas de la gente. Que se intensifica cuando entre trompetas y bombos se jura que “lo sigo a Boca Juniors donde va”; hay aplausos para los jugadores cuando terminan de hacer ejercicios precompetitivos y manos que explotan cuando salen, para comenzar a competir en la Copa. Hay algunos trapos de Central Córdoba de Rosario y muchos, muchísimos más desde Buenos Aires y de todas partes del país.

Será por eso que hoy estamos aquí

Hay un “Boca, mi buen amigo”, que se canta con amigos; hay un telón que baja y la emoción que sube; hay ganas de estar cerca de los tirantes y muchas más de tirarse de cabeza a la cancha.

Hay un partido que se juega en el verde césped y otro en la tribuna. En el primero importa el resultado, en el segundo no hay competencia que valga, porque la gente es como el fernet: única. Hay un primer festejo y unos primeros abrazos y hay gente de Rosario que va llegando y no ve el gol contrario. Pero sí los últimos en entrar ven el empate, que genera el efecto rebote en cuanto al aguante. Hay un partido de ida y vuelta y para suerte nuestra “no juega el ´Trinche´ Carlovich”, tal como aseguran desde la cabina de la radio. Hay un entretiempo que se transforma en insultos por lo goles perdidos. Hay un comienzo del segundo, que sigue igual. Hay errores, hay yerros. Hay goles casi hechos, pero que se van cerca. Hay un arco vació y un zapatazo, pero la pelota pega del lado de la red que no genera nada. Hay nerviosismo por ese grito atragantado y hay un desahogo, cuando se vence la muralla “charrúa”. Hay un abrazo que se repite dos veces más. Hay nervios, sufrimiento, alegría, desazón, taquicardia, confianza, pesadumbre y explosión… Un viaje por sentimientos y emociones que siempre da Boca. Un viaje de ida…

Hay baile y canto; hay cumbia y cuarteto. Hay “una banda que baila de la cabeza” y es la “más loca que hay”; hay una piba – Luna- con una musculosa, mitad azul, mitad amarilla, que en cada gol abraza a José Luis -uno de esos amigos con experiencia gloriosa bostera y quien la quiere “como a una hija”-. Ella lo abraza como si se abraza a un padre, cuasi emocionada en cada grito. Hay una conexión especial con ella y con toda persona que viva algo similar. Hay un disfrute, que se olvidó de la preocupación ante cada ataque de ellos y por lo que se venga. Hay una risa sincera, hay un brillo en esas risas que encandilan más que los flashes de los celulares. Hay un agradecimiento a las vacunas, por dejarnos estar menos preocupados en un evento así. Hay un agradecimiento a Boca y a su gente por hacer de este evento un espectáculo. Hay choris que esperan al final, para alimentar al cuerpo, luego de una noche -otra más- donde nos alimentamos el alma.

Hay rosarinos, que están en la popular de enfrente. Reconocen la labor de sus jugadores y se quedan mirando el espectáculo de esa marea azul y oro que improvisa una escenografía con sus brazos.

Hay un rosarino que se viene a la memoria, mirándolos, que llega con más fuerza en estos tiempos cuando canta: “no vine a divertir a tu familia mientras el mundo se cae a pedazos”. Y hay un Club, en un mundo que se cae a pedazos y a bombazos. Está Boca que nos permite divertirnos pese a todo y nos permite cantar “y dale alegría a mi corazón”.