En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el recuerdo de Alfredo Graciani

Fue una estampida. Aturdió la noticia, como si fuese aquella tarde casi primaveral de 1988 en el Monumental, cuando el griterío de Boca fue único. Pero este 21 de abril, lo que aturdió fue el silencio. Fue tan rotundo, tan impactante, tan inesperado, que el aturdimiento nos dejó mareados, casi sin poder levantarnos de las sillas en donde estábamos sentados.

Alfredo Graciani murió el día en que Boca jugó su primer partido en 1905. Ahí no hay nada de poético ni de justo. Un tipo que se desvivió por jugar en Boca no merecía irse en una fecha emblemática. Me quiero quedar con la idea de que Boca ganó en la altura, después de más de 50 años en honor a él. Al Murciélago que ahora está volando alto…

Alfredo

Alfredo Oscar Graciani nació el 06 de enero de 1965 en Buenos Aires y desde chico se notó su amor por la pelota. A sus 9 años se sumó a las infantiles de Atlanta, donde jugaban sus hermanos más grandes. Siete años más tarde, debutaba en primera cuando recién tenía 16 años, para confirmar que su destino estaba pintado de azul y amarillo.

Figura del Bohemio que ascendió en 1984, explicaba a El Gráfico que las virtudes de ese equipo era el sacrificio, el trabajo, y el romperse todo. Así llegó a jugar contra un Boca que se rompía por aquellos años, y fue figura en una tarde poco feliz, cuando Boca salió a jugar contra Atlanta con las camisetas pintadas con el fibrón. Alfredo esa tarde marcó el primer gol.

En 1985 Graciani llegaría a Boca desde el club que lo vio nacer futbolísticamente, que lo cedió sin cargo. Su debut no fue el esperado, el 17 de febrero de ese año, en lo que fue la primera fecha del Torneo Nacional y derrota en Jujuy frente a Altos Hornos Zapla. Boca no daba pie con bola, por eso empezaron a pasarle la pelota a él…

El Alfil

La crisis de Boca en los 80, no fue el mejor escenario para Alfredo Graciani que de todos modos supo erigirse como un ídolo. Fue el goleador de Boca de esa década, con tan sólo cinco años jugando y, tal vez, uno de los pocos motivos que tenía la gente de Boca para festejar.

La dupla con Jorge Comas y el tridente cuando se sumó Rinaldi quedaron en la memoria, al igual que sus festejos de goles y su entrega. Fue parte de los planteles que ganaron la Supercopa de 1989 y la Recopa 90, en años donde festejar parecía una utopía. Tampoco la justicia poética quiso que ganara el Torneo que marcó a toda una generación, como fue el Apertura de 1992.

Ese torneo jugó en Racing que fue uno de los otros clubes donde jugó, completando la lista con: Deportivo Español, Atlético Tucumán, Argentinos Juniors, Lugano de Suiza y terminando en Caracas de Venezuela.

En Boca jugó 250 partidos y anotó 83 goles, ubicándose en el puesto 14° de los máximos artilleros del Club.

Graciani

Hasta acá es una nota típica, una especie de efemérides de alguien que ya no está. Pero no es justo, para Alfredo que no fue alguien más. Que no fue un tipo que pasó sin más. Que dejó una marca imborrable en Boca. No sólo en los números, si no en la gente. Porque eso fue Alfredo, una marca indeleble para un pueblo que sufría mucho en aquellos años 80.

Pero también el pibe que llegó a jugar a su Club y que lo hizo como cualquiera de nosotros hubiese querido. Porque decir que Graciani fue un jugador importante es poco. Decir que marcó goles es poquísimo. Hay veces que los números no sirven y que las estadísticas no cuentan lo que es importante. Y la verdad es que Alfredo fue importantísimo, invalorable, en tiempos donde la esperanza no reinaba, donde la alegría era esquiva. Él, como varios más, pero él -sobre todo- supo ganarse el lugar en nuestra historia más allá de los títulos. Hay cosas, hay emociones, hay sensaciones y hay fibras que una copa no toca, pero un tipo como Alfredo sí.

Lo que fue “lo más importante de su vida” significó que sea una persona importante de las nuestras. Bostero de ley, amante de los colores como cualquiera que está del otro lado de la línea de cal, alguna vez dijo: “El día que toque irme, ojalá que me cubran con una bandera de Boca, como dice la famosa canción”. Se fue demasiado pronto, generando un dolor más que hondo.

Hace 12 años lo pude saludar, abrazar y agradecer lo que hizo por Boca por cuarta y última vez. Aquella vez le pude regalar un libro con poemas que le hice a Boca, con Graciani siendo el protagonista de uno de ellos. Y me sentí tan contento que firmara mi ejemplar y que me agradeciera, como la tapa de El Gráfico que lo tenía levantando abrazándose imaginariamente con la gente… Y me sentí tan feliz de mirarlo y devolverle un poquitísimo de lo muchísimo que dio, que todavía estoy impactado.

Hay cosas que los números no demuestran ni cuentan: entre eso lo que nos significa esta partida repentina, de alguien que hasta el último minuto de su vida estuvo pensando, alentando al Club de sus amores.  Nos abrió una herida en diagonal, como si fuese una de las suyas dentro del área.

Las estadísticas no siempre cuentan lo importante, como pasa con este histórico N° 7, que le metió siete goles al eterno rival. Siendo el último el más importante. Aquel que aturdió a un Monumental copado por la gente de Boca, por un pueblo que estaba sediento de alegrías y volaba junto al Murciélago, cuando éste las daba.

Una hinchada que repetía lo que Víctor Hugo armaba en la cabina de transmisión, aquel18 de septiembre de 1988: “Graciani por el gol… Alfredo”.

Y nosotros decimos Graciani por todo Alfredo. Graciani, toda la vida…

Y gracias Alfredo, por haber sido Graciani.