Maradona jugó un partido amistoso y revolucionó Río Tercero. La crónica, desde el lugar de los hechos.

Río Tercero perdió todo tipo de tranquilidad. El taxista se queja, porque dice que parece un Dios. Muchos de los que van a la cancha, lo creen así. Las calles cortadas, el tránsito modificado y el frío que golpea, pero nada podrá contra lo que genera Maradona.

Si antes no era consciente de lo que es ser el Diego, ahora menos. O mejor dicho, ahora uno entiende que el 10, a veces se enoje. Él es un imán, es un oasis en el desierto, un espejismo que toma forma y se convierte en real. Por primera vez, muchos de los que lo vieron mil veces, lo tienen cerca. Y eso genera corridas, amontonamientos, caos en momentos que tiene que salir a la cancha.

Está muy frío. Realmente el frío es indescriptible, en esta noche del 24 de julio en Río Tercero. Se cuela, se filtra por todos lados y golpea. La gente canta para calentar la garganta, aunque se metería al césped para poder aclimatar el cuerpo. Pero también lo que genera el más grande de toda la historia. Hasta dan ganas de sacarse la remera y gritar por él. Ovacionarlo, aplaudirlo con las manos y el alma.

El partido es una mera anécdota. Un tiempo largo, que no podrá repetirse porque desde los altoparlantes avisan que si sigue así la gente se suspende. El “así” significa que en cada gol que meten los “Amigos cordobeses de Maradona”, no solamente lo abrace el autor del gol sino que un promedio de cien personas. De hecho que el resultado haya terminado 6 a 2, por parte de los azules nadie lo sabe. Todo fue Maradona. Y él fue para una acción benéfica, pero tampoco nadie se acordó de la familia que ahora tiene una casa.

Es que Maradona es algo así como un agujero negro. Un campo gravitatorio del que nadie ni nada puede escapar. Entonces no puede ir a la línea lateral que se mete alguien para sacarse una foto. No puede tirarse en el piso, porque lo van a levantar entre todos. No puede tener frío, porque son miles los que lo quieren abrazar.

La noche del Diez

No importa ni la distancia, ni la ausencia de calor. Lo que genera Diego cuando sale a la cancha, cuando vuelve a pisar un estadio todo cambia. Peñas de Boca, gente cercana y no tanto. Muchos que compraron la entrada a último momento. Algunos que la sacaron con muchos días de anticipación. Todos expectantes por él y su gol.

Mientras tira lujos con “Chiche” Sosa, y le da pases al “Luifa” Artime, tiene tiempo hasta para pelear con “Falucho” Laciar, ex boxeador. Saluda cuando pasa cerca de la gente, y se escapa cuando la gente se le acerca demasiado. Mientras, pide la pelota. Le llega, se perfila y de emboquillada da lo que todos fueron a buscar. Gritar un gol de él. De emboquillada al arquero que queda parado. Sale festejando como si estuviese en actividad. La magia dio una muestra en Río Tercero. La magia, está ahí, tan cerca, a tan pocos metros que es más difícil explicarla.

Y mucho más, pero muchísimo más, cuando tiene puesta una remera azul que emula la del ’86 con el escudo de la selección, que él supo llevar bien alto mientras dejaba ingleses por el camino, como si fuesen muñecos, postes, o espectadores de lujo de esa jugada que será reproducida por los siglos de los siglos de la existencia y amén.

Hacen un penal. Mete el segundo gol de su cuenta, y se mete en el arco con el arquero y la gente. Más que un pase a la red, es un abrazo a la red. Y es una red de abrazos que lo atrapan y no dejan que salga. Lo amamos tanto, que a veces lo hacemos mal.

Cualquier otra cosa que se pueda escribir del partido es sin importancia. Maradona llegó a la ciudad cordobesa y ya cumplió. Ya regaló arte y goles. Goles que son arte y viceversa. Ya le cumplió el sueño a miles. Les dio una explicación para irse de las casas con 0 grados. Hizo más rico el fernet y más exquisito el choripán. Hizo feliz a una ciudad que lo esperó, y a miles de hinchas que fuimos a verlo por primera vez, a menos de diez metros.

El frío que sentíamos cuando pasaba cerca no era el climatológico. Era más bien un escalofrío que iba de punta a punta. Es tan grande el aura de Diego, que no se apaga más allá de que pase lo que pase.

“Vengan a verlo es cierto, vengan a verlo él existe”, cantaba Marcelo Sanjurjo para un programa de Alejandro Apo. El jueves a la noche lo vimos y dimos cuenta de eso. Más allá de que nos parezca extraño, que este hacedor de fantasías reales sea de carne y hueso.

Uno estaba ahí, como los tantos que fueron y se acordaba de esta parte del tema: “Es mi alegría su risa, es mi ilusión la que grita, es mi bronca su rabia, y su llanto mi peor desgracia”.

Pasó Maradona por Córdoba.  Pero es una forma de decir que pasó. Él es ese ser que nunca se podrá ir.

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