El contexto no es el mejor y hay cosas que son más importantes que el fútbol. Pero por 90 y pico de minutos nos sentiremos un poco más aliviados, sin importar el resultado.

La pandemia del coronavirus nos golpea cada vez más fuerte. En el plano sanitario, la curva de contagios no baja y la situación es dramática en ciertos sectores del país; en lo emocional, también deja secuelas y nos priva de hacer una de las cosas que mejor le hacen al ser humano, rodearse con los afectos.

Los especialistas bajan el mismo mensaje de siempre y nos recomiendan que nos quedemos en casa, ya que hasta que aparezca la bendita vacuna esa es la mejor manera de combatir a este virus invisible que nos invadió por completo. Hay que aguantar, no queda otra. Y por más que suene a consejo de guía espiritual, debemos buscar la felicidad en las pequeñas cosas.

La vuelta de Boca parece ser una gota de combustible que nos ayuda a seguir adelante, dándonos ese empujón necesario para no detenernos. Es cierto que el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes, como dijo alguna vez Jorge Valdano, y que nos costó muchísimo motivarnos para este partido debido a la situación de público conocimiento. Pero cuando hoy nos sentemos frente al televisor, volveremos a sonreír al menos por 90 y pico de minutos, sin importar el resultado, sintiendo lo que nunca dejamos de sentir.

Vuelven las noches de Copa. Vuelven los nervios. Vuelven los gritos a la pantalla por más que los jugadores no nos escuchen. Vuelven las cábalas, los rituales y los rezos. Vuelve Boca, por eso el sol iluminó el jueves y llenó de ilusión a la mitad más uno de la Argentina.

Por vos, por tu viejo, tu vieja o por quien te hizo hincha de Boca. Por los abrazos que hoy no estarán. Por el personal médico que se perderá el partido por cuidar a los que pelean por su vida. Por la espera, que muchas veces nos desesperó. Porque lo merecemos. Ojalá sea el año.