En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la eliminación a River en la Libertadores 2004.

Ya había pasado una semana del 10 de junio. En aquella fecha, un Boca- River extraño se vivía por las semifinales de la Copa Libertadores 2004. Castrilli, había pedido que se jugara sin público y todos aplaudieron la decisión. Era raro, era muy raro un clásico sin ellos. En Villa María estábamos en el bar que se había inaugurado un tiempo antes. Ese 10 de junio, entre el gol de Schiavi, la expulsión de Cascini y Gallardo, y los arañazos del “Muñeco” –que merece una nota especial-, la gente me conoció mejor. Al frente de un televisor, insulté desde que lo rasguñó al Pato hasta que terminó el primer tiempo. Un señor de bigotes grandes, me vino a buscar y le dijo a mi viejo que me llevaba afuera. “Respirá pibe, te va a hacer mal, estamos todos nerviosos y vos nos pones más nerviosos. Tranquilízate”, me decía y creía que lograba el cometido. Ese partido era una prueba de fuego, porque todo era una tensión que se palpaba en el aire.

Yo seguía nervioso por la “trompada” que decían en la transmisión, que había sido de Gallardo; sin poder verlo ni escucharlo a Ameli y con jugadas raras que nos tenían a todos caminando por las paredes. Boca ganaba, pero parecía que le faltara algo. Que no estaba bien que fuera por un solo gol, que River venía jugando bien en el torneo, que la patada de Garcé y la roja, que vamos Boca, que termine el partido, que hay que ver como plantea el partido Bianchi la semana que viene; que dejá de pensar en la otra semana que no terminó aún, que ¡¡¡penal!!! Penal de Coudet, que no lo cobra y la puta madre, que se viene la contra; córtalo, córtalo. Final. 1 a 0. El primero chico es nuestro.

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Al día siguiente en el colegio todos cargaban. La falta de memoria es algo típico en la contra, pero yo no sabía que era tan rápido el olvido. Se sentían ganadores, cargaban y pedían que el otro viernes estuviésemos todos los bosteros. “No se van a borrar,eh”, “Mirense la cara, están cagados”, “1 a 0 es lo mismo que 0 a 0”, “Se van a meter las camisetas ya saben dónde”; “Juanjo te esperamos el viernes”, “No te cagues bobito”, eran algunas de las cosas que decían en los pasillos del secundario. Solo algunas.

17 de junio de 2004

Esa semana fue insufrible. Que el equipo, que la cancha de ellos, que los penales, que se vienen con todo. Era un sufrimiento grande cada hora. No había más nada en la cabeza. La cuenta regresiva empezaba en siete, y terminaba ese jueves 17 de junio. Mientras que todo el curso se preparaba para el acto del día de la Bandera, yo me juraba que si ganaba Boca iba con la bandera a hacerles recordar cómo era la historia.

Ese jueves a la noche la ciudad y el país se paralizaba. Las cabalas en regla y la asistencia perfecta en el bar. Lleno como nunca. Nosotros habíamos ido a las 19, cuando el partido empezaba mucho más tarde. Había que buscar lugar y uno bueno. En la mesa no entraba nadie. René, el padre de Benja también fue. Mi viejo estaba ahí, con Lucas y Franco. Los nervios durante el día, no tenían ningún tipo de canalización. Ya era la hora. El partido comenzaba.

Habíamos pedido unos fideos que yo dejé intactos. No podía comer. No podía tomar. En la otra sala una pantalla gigante, y nosotros fieles a un televisor. Allá en Buenos Aires, los jugadores ya habían salido y nos habían saludado. No había ningún bostero. Hacía frío, y más cuando se veía todo sin un solo azul y amarillo por ahí. Y no me soportaba. Mi viejo tampoco. Me retaba por lo que podían pensar los otros, y porque René nunca me había visto así. Él no sabía cómo mi tercer padre -por así decirlo- me había visto y en su casa, en tantos partidos, y haciendo cosas peores…

El primer tiempo pasó un poco inadvertido. El segundo tiempo de arranque, con un jugador menos. Fabián Vargas se hizo expulsar y todo se volvía más oscuro. Y eso que seguíamos ganando, pero Lucho González metió el gol, entonces fue la hora de aguantar. Ellos se venían, y los nuestros con personalidad mantenían el empate global. La cosa fue así, hasta que en diez minutos cambió todo para ellos. Los nervios y Guillermo les jugaron una mala pasada.

Es conocida la historia de este jugador, que debe ser el más argentino de todos. Sabiendo cómo usar las formas sucias del fútbol a su favor. Retumbaba todavía la declaración del “Chipi” diciendo que contra River era más fácil, cuando Barros Schelotto hizo de las suyas. Dijo un par de cosas y afuera Sambueza, Hernán Díaz. Fue más ídolo que siempre, y los tenía de hijo con las palabras. Cagna lo buscaba, como un hermano mayor y lo sacaba de ahí. Y con su cara de “yo no fui” se iba tranquilo.

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Encima Cángele que había entrado desde el banco se mandó una corrida y comenzaba a gestarse el festejo más impactante de los últimos tiempos. Tévez la clavaba arriba y aleteaba como una gashina. Baldassi lo expulsaba, pero el dolor ya estaba consumado. Era un icono de ahí en más, como lo fue siempre. 1 a 1 y no paraba de llorar. Solo restaba aguantar un poco más, y ya estaba. Hasta que apareció Nasuti y era como una oscuridad para la noche. Fue el momento de su vida y uno de los peores minutos de la mía. De las nuestras. Porque era como que nació para ese momento. Encima nos metía el gol un tipo de apellido Nasuti. NA-SU-TI, dejá de joder. Minuto 93 y 2 a 1 para ellos. Penales.

El eterno milagro

Media hora pasó del final del partido hasta la serie de tiros desde el punto de penal. De golpe entendí lo que era el estrés, la depresión, nerviosismo, psicosis. Estaba enfermo. No podía más. “Aguantá bobo, que si no me muero hoy, no lo hago más” decía a mis adentros. Y los chicos que me trataban de sacar una sonrisa, y la gente que cantaba, y yo que no podía más conmigo. Mi viejo que ojeaba para ver como andaba todo, y la bandera de la cábala que esperaba ser sostenida con fuerzas, y el árbitro que hace el sorteo y los jugadores que se quedan en la mitad de la cancha. Y la vida que pasaba en esos penales.

Como escribió Martín Caparrós en Boquita, “empezaron los penales y todos fueron acertando, sólo que para ellos patearon cuatro tipos de selección –Salas, Montenegro, Cavenaghi, González- y para nosotros dos defensores y dos debutantes –Schiavi, Álvarez, Ledesma Burdisso-”. Y tiene razón, ahí se veía la personalidad. De un pibe casi desconocido como Álvarez y de un Ledesma que pedía silencio. Un poco más del que había. Burdisso festejaba casi como un gol de los ‘90, y se cruzaba en la vuelta al centro de la cancha con Maxi López.

Benjamín me decía: “Ahora Juanjo, ahora”. Los cuatro en fila, agarrados de la mano y de la bandera. Entonces va López, y tres, dos uno y el Paaaaaaaaaaaaaaaaato. Abbondanzieri a la izquierda, y el penal atajado. Y la explosión, la algarabía y la puta, que vale la pena estar vivo; los abrazos, todos desaforados y yo. Yo que como nunca en mi vida no grité, no festejé. Agarré con más fuerza la bandera y me quedé callado, mirando abajo. Faltaba un penal, pero era ganable. Pero yo estaba ahí, en silencio, “emulando” a nuestros hijos que estaban en las tribunas.

Entonces el momento de todos. Villarreal en una corrida en la que estábamos todos. Y las piernas que pesaban, pero que todos empujábamos. Y la fuerza que le dio su Jesús y nuestro Dios. Con la 20 en la espalda, era todos los números 10 de la historia. Y el gol, el gol más importante de los penales, o uno de ellos entre tantas finales y cosas ganadas. Y el grito desahogado, el rugido del león una vez más en todo el país. La mayoría de fiesta. Y nosotros que nos abrazábamos. No nos daban las manos y los brazos para tocarnos, y pellizcarnos y pensar que era una joda. Mis lágrimas, las de mi viejo. Los boludos de River que nos puteaban desde afuera, el salir y gritarles en la cara. Y volver adentro, y seguir gritando el gol eternizado, y sentirme en la gloria. Porque era como un campeonato más, nuestro campeonato. Y Villa María de azul y amarillo, y ellos sin final, sin copa, sin nada. Y nuestro orgullo de reescribir la historia, de que no se podía equivocar. Y los jugadores festejando en el primer gran silencio atroz de Nuñez.

La imagen de Ameli rezando queriendo copiar a Román. Pero no, eso es para elegidos. No para pseudo ídolos de alguna hinchada sin aliento. Y el tiempo que pasa, el recuerdo del otro día en el colegio. Saliendo de clase y metiéndome en otros cursos a cargar a los que se creían ganadores. Y la vida misma que se explicaba en esa noche, en que no dormía, en que frente al frío estábamos en la Plaza. Y esas manos del Pato y esas piernas de Villarreal. Y el gol de todos. “Boca y sigue, y sigue, y sigue. Y milagro y milagro, y milagro. Boca es grande señores” era el relato en la transmisión.

Y la grandeza que no se negocia. La paternidad que tuvo otra muestra clara, de cómo son las cosas. Ellos en silencio. Y el aturdimiento eterno de los pocos que estaban ahí festejando. Y de los millones que copamos las calles por tanto amor, festejo y pasión. Un 17 de junio de 2004. Hace exactamente 10 años.

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