En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la consagración a nivel mundial en 2003, ante Milan.

Ese 2003 había sido particular. En junio festejamos una Copa Libertadores en Brasil. Yo veía el partido con un hincha de River, que quería ver una final en mi casa. El gol del Chelo Delgado a Santos me encontró arrodillado en la calle llorando. Unos meses más tarde, Iarley bailaba en el Monumental y el Maracaná de Villa María -un bar- se llenaba de fiesta. A las semanas, imploraba a mi profe de Biología dejarme ir después de la prueba porque quería ir a la Plaza. Antes, el reto de otra profe, por gritar los goles en medio de la clase que nos encontraba en la huerta del patio. Mi radio portátil era el transporte de alegría.

Ese fin de semana de diciembre fue extremadamente particular. Yo comería el sábado a la mañana y no lo haría más. Ante una maratón de finales de Boca, el estómago se me cerró. Las ganas de comer se olvidaron. Por la tarde, luego de emocionarme por el recuerdo contra el Real Madrid y sufrir por el del Bayern Munich, los nervios se presentaron en mi casa y no se fueron. Mi viejo, me llevó a despejarme con el auto. Yo no bajaba en la estación de servicio ante las preguntas fatales como: Y gringo, ¿qué pasa mañana?, ¿Cuantos se comen?, ¿Te vas a levantar a verlo?… Todo, todo me ponía más tenso.

El vecino gallina de ahí me confesó: Yo no quiero que ganen. Pero lo van a hacer. Vos tranquilo, que mañana ganan en Japón. A esa edad no sabía diferenciar ironía por sobre el buen augurio.

A la noche, los preparativos. Recordarle a Benjamín que íbamos a las seis de la mañana al lugar donde habíamos festejado el clásico con River. René, el padre, me abrió la puerta y me dijo: “Relajate. Mañana vamos de punto, es lo mejor. Mañana te espero acá para vernos campeones”. Sabio, él.

Luego de comer en lo de Franco y no comer. Perdón que insista con esto, pero habiendo pizza, no probé nada. Mi vieja, que ya me quería internar no entendía, y mi viejo le suplicaba: “Dejalo tranquilo, si le hablas es peor”. Luego, la compañía de Franco, para ver partidos históricos. Video tras video, para hacer lanoche heroica bostera.

Es increíble lo que uno puede aferrarse a las cábalas cuando la madrugada golpea, y un partido en Japón se acerca. Casi como una lista de viaje, uno veía si tenía puesto todo igual… que vaya uno a saber cuándo. Ya avisados todos de la hora y el lugar, nada podía fallar.

Caminando con banderas y los colores, mientras muchos volvían de cumpleaños o boliches, en pleno boulevard aumentaba los nervios. Por los gritos a favor o en contra, o porque se jugaba contra el Milán.

Mi viejo llegaba con su auto y su caño de escape. No faltaba nadie más, estábamos todos… Pero Lucas no llegaba. “¿Cómo que no está?”, me preguntaba. Faltaban quince minutos y no estaba. Odiado en idiomas, insultado en colores llegó a sentarse en la única silla que quedaba vacía. Y ahí comienza la otra historia…

Un chupado al frente, que decía Vamo Boquita, con el Resero en la mano cada dos minutos, el gol de Tomasson, la parálisis sentimental. El especular. El desear, el sufrir… el gol la puta madre!!!  Donnet, aparecía como el cometa Halley. Era su noche, era su jornada y el día en Villa María que empezaba a generar esperanzas y nervios de otro día para la leyenda.

Allá en Japón la historia comenzaba a darnos un guiño sin saberlo, y se convertía en el segundo Barrio. Y nosotros a la distancia con el aliento, con el sueño de campeón y acumulado de días. Y allá Tevez que le decía que no a la Selección y la gente que acompañaba, y Bianchi y su magia; y Schiavi y la marca contra Kaká. Y el “Pato” y sus atajadas, como la del alargue a Shevchenko. Y Carlos que pedía no tener miedo, más allá que no teníamos ni uno que se repetía del 2000 y ellos tenían los mismos centrales que contra Vélez; y la Copa que perdieron las gashinas, Iarley y el puntazo, Dida y la atajada, Donnet y la locura. Y el “flaco” que quería ir por más, porque ellos estaban muertos, y el partido estratégico, el sufrimiento perpetuo, las pelotas que no entraban, y el 14 de diciembre que no podía ser un día más. Y Estados Unidos que capturaba a Saddam Husseim, y el mundo que se impactaba, y nosotros con nuestro mundo a miles de kilómetros de distancia, que queríamos que el mundo volviera a hablar de nosotros. Y el árbitro que daba el final, y los penales…

Y Abbondanzieri que se eternizaba ante las cámaras, ante las lágrimas. Ante las pelotas de los “tanos”, ante nenes como Pirlo o Costacurta, y Cascini metiendo el último y saliendo a correr como loco, y la gente gritando, llorando, abrazando al primero que se le cruzara; y las bandejas que se tiraban, las sillas se revoleaban, las mesas eran el suelo para estar más alto y mirar como reían. Y Boca que una vez más era el mejor del mundo, y frente a un equipo de millones, y mis amigos que me gritaban, y mi vida que daba gracias por una vuelta más, por una vida llena de copas. Y mi adolescencia gloriosa, la buena costumbre, y el sentirse intocable. La Plaza en Villa María, la lluvia, y la lluvia de mierda que no podía parar, porque era River que no paraba de llorar. Y el llanto agradecido al cielo, a Japón, y el pelo azul y oro de los jugadores. Y la etapa más dorada, y Bianchi sentado en la foto final, con el Pato aplaudiendo a la Copa con sus alas.

Y el “Pato” héroe de héroes, que nos llevó a volar bien alto. A la cima del mundo, para el respeto de todos. Y Diego desde Cuba hablando con Tevez, y Carlitos que llevaba el barrio a otro continente. Y los continentes que se arrodillaban ante ellos, y nosotros que pedíamos que ese día no se terminara más.

Y la vuelta olímpica, la camiseta con los ítems de las cosas ganadas en el año. Y el plus que tuvieron los jugadores, la entrega de potrero, contra el ultra profesionalismo de ellos. Y diez años después estar escribiendo esto. Y viajar en la máquina del tiempo. Y emocionarse, y pedir una vez más, que pase algo de esto. Otra noche heroica bostera. Estando en vilo, comiéndose los dedos. Rezando a todos los dioses, para sentirse vivo, para recordar algo como aquello. Por la gente, por la historia, porque estamos dormidos,  porque no lo merecemos, porque nadie posee tanto amor, ni tiene este sentimiento.