Boca es, hoy por hoy, la definición de “irregularidad”. No sólo a lo largo del torneo sino también durante los partidos, como se vio ante Quilmes.
El equipo Xeneize ha tenido suerte con algunas individualidades y otras actuaciones colectivas, y de pronto apareció finalizando el torneo cerca de la punta y con la oportunidad de ingresar a la Copa Sudamericana. Han sido pasajes de Riquelme y su pegada, han sido atajadas de Luchetti, jugadas de Chávez y Colazo, ha sido Palermo y… bueno, con decir Palermo alcanza. Pero son sólo destellos, y nunca en defensa, salvo buenos momentos del Laucha.

Erviti sigue jugando muy mal, ya es una cuestión que excede el análisis porque no se entiende. Contra Quilmes, Falcioni, quien lo conoce de antes y lo pidió a gritos, lo sacó en el entretiempo para poner a Rivero, un jugador que sólo con las ganas ya hizo más que Walter. Por suerte, el Burrito respondió bien e incluso se espera posiblemente la vuelta de Riquelme, por lo cual el ex Banfield no debería seguir en el equipo titular.

A falta de dos fechas para la finalización no sólo del torneo sino también de la temporada, más el retiro de Palermo, los que se irán y los que vendrán, Boca se juega la clasificación a la Sudamericana, pero a la vez espera con ansias esta culminación. Nada mejor para un equipo irregular que tiempo para pensar y una pretemporada, para que el entrenador, que sin dudas debería seguir en su cargo, pueda tener otra vez tiempo para plasmar una idea. Hay que recordar que el Boca de la pretemporada de verano fue uno y el del torneo fue otro, más que nada por la presencia de Riquelme y Erviti en partidos oficiales y no antes.

En pocas palabras lo mejor que le puede pasar al equipo es que esto termine pronto, que las cámaras se vayan con el rival de turno y su promedio, y luego con la Copa América. En ese mes y medio de perfil bajo, si bien nunca es bajo en esta institución, se podrá trabajar con tranquilidad y reconstruir un plantel armado para ser campeón que no dio sus frutos.