Nadie, ni los críticos de siempre, podrá opacar el valor que tuvo la eliminación a River en la Copa Argentina. El Superclásico se festejó, se festeja y se festejará por un tiempo más. Y está bien que así suceda, porque no siempre se le gana al rival de toda la vida en un mano a mano.

Tampoco habrá lugar para quienes intenten minimizar todo lo hecho por Miguel Ángel Russo, quien en un año y medio conquistó dos campeonatos y se dio el lujo de no perder ni un partido contra el Millonario (lo eliminó de los dos cruces directos).

Pero, por favor, no confundamos ni permitamos que las victorias tapen todo. Porque lo que el equipo muestra en cancha no es para nada bueno. La idea futbolística es demasiado pobre para un club como Boca, los esquemas no funcionan, la ausencia de algunos jugadores, como Alan Varela, no se entienden y el nivel colectivo deja mucho que desear, más allá de algunos fallos arbitrales que privaron victorias y/o clasificaciones.

Pasan los partidos y el problema sigue siendo el mismo. Por eso, Boca debe aferrarse a un estilo de juego, ser aún más protagonista y trabajar con cierta coherencia para no darle tanto lugar a la duda y el cuestionamiento. Las formas siempre importan, tanto en la victoria como en la derrota.