Roberto dejó muchas enseñanzas.

En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, un homenaje a Roberto Cabañas, el “guerrero guaraní”.


Cuando la memoria hace su trabajo, las imágenes están presentes. Porque todo es un momento que queda eternizado. En los primeros años de vida y en los que le siguieron, siempre hubo una foto que impactó demasiado. Era un jugador arrodillado dando una Vuelta Olímpica en La Bombonera. No me llevó tiempo darme cuenta que estábamos frente a un santo, que en nuestro Templo, nos regalaba una postal imborrable de esto que vivimos como una religión.
Esa foto siempre fue la síntesis de Roberto Cabañas. Un jugador que vivió y sintió a Boca como pocos. Que jugó no tantos partidos, pero que sabía que la cantidad no siempre es la vara con la que se mide, sino la intensidad…

Roberto Cabañas González, nació el 11 de abril de 1961 en Pilar, Paraguay. En un contexto de pobreza, hacia changas para ayudar a la familia. No soñaba con el fútbol como salvación, pero sí cuando fue a una panadería y no le dieron pan, porque su familia debía mucho.  Tenía un solo par de zapatillas que utilizaba para ir al colegio. Después pateaba naranjas o pelotas hechas con medias, descalzo. Desde ahí, jamás tuvo miedo, ni dolor. Desde ahí se formó un campeón.

De chico ya era bostero, y si bien no tenía televisión, se enteraba de lo que pasaba en La Boca. Inclusive pudo ver cuando el equipo visitó sus pagos, a principio de los ’70. Por eso cuando jugaba los partidos, se hacía llamar “Roma”. Sí, el temible goleador empezó bajo los tres palos y, como varias historias, un día faltó el delantero, jugó en esa posición y ya nunca quiso volver a evitar goles, sino quedarse a hacerlos.

La carrera lo vio vestir las camisetas de Cerro Porteño; New York Cosmos (compartiendo equipo con Franz Beckenbauer, este último lo declaró un loco por hacer las piruetas que hacía); América de Cali; Stade Brestois 29 y Lyon de Francia, hasta que llegó su hora más gloriosa. Porque él lo cuenta así, porque siempre le dio pena no venir antes al Club. Ya que no vino en su punto máximo en lo atlético, y no pudo desplegar el fútbol que quiso (busquen videos de sus goles antes de Boca) sino que entendió lo que debía hacer. Jugar para el equipo, correr y meter más, sacrificarse para un festejo que hacía 11 años no se lograba…

Raza (bostera) Guaraní

Marina Zucchi en su libro “Desde El Alma” escribe, y con mucha razón, que si existiera una Biblia Xeneize con su Antiguo y Nuevo Testamento, “Cabañas sería el gran profeta moderno”. Porque desde el vamos, desde su declaración de que le gustaba “el riesgo” se fue enamorando más de Boca… Y Boca, empezó a hacerlo con él. No fueron muchos partidos: 60 locales y 5 internacionales; No fueron muchos títulos, una Copa Máster y el Apertura, ambos en el ’92. Pero fue un amor tan fuerte y puro, que excedió cualquier jugada del tiempo. Porque siempre fue el que jugó y vivió como hincha, el que se mataba dentro y fuera de la cancha. Porque Boca es así y él lo entendió mejor que nadie.

Picante y agitador, contra las gallinas, a quienes enfrentó nueve veces. Ganó cinco veces, empató tres y perdió una sola. No metió goles en partidos oficiales, sí dos en Superclásicos de verano que se los gritó como si fuese la Final del Mundo.

Roberto no tenía problemas en hablar, porque sabía que cuando lo hacía, los otros transpiraban. Golpeaba como con sus codos a los defensores, una manera de resguardarse que le enseñó Pelé. Eso fue lo que terminó de convertirlo en ídolo, porque no lo hacía “tribuneando” sino sintiendo. Honesto como pocos, nunca quiso ser parte de los Halcones o las Palomas, porque entendía que había que dar alegrías a la gente.

Recibió la patada “que todo River le hubiese querido dar” como dijo Berti en el Clausura del ’92. “Yo soporto cualquier dolor, que River vaya a llorar a la Iglesia” dijo Cabañas. Porque así era él. Hablaba y ya los lastimaba. Era agresivo –porque no solamente el defensor tiene puede pegar- y cuando abría la boca más: “No odio a una sola persona de River, directamente los odio a todos”, decía apenas llegó al Club. Y los siguió sosteniendo. Así, hizo “olvidar” a Batistuta como afirmaban los diarios, más allá de sus primeros tres goles en Boca que fueron en su segundo partido. Dando vuelta así un 0-2 con Vélez con goles de Ruggeri –enemigo acérrimo- y Gareca, otro, pero que fue el que influyó para que llegara a la Ribera.

Eterno en el recuerdo

El Apertura 1992, será siempre uno de los campeonatos más festejados. Por la espera, por el equipo, por la gente… Por Roberto. Él fue el goleador de aquel plantel, que además jugó en varias posiciones según hiciera falta. Hasta metió un gol, con un ligamento malo, contra Platense. “Si me necesita estoy” le dijo a Tabárez. A la historia, a nosotros. Siempre, siempre estuvo.

Odiado por las gallinas “que tienen bien ganado ese apodo, porque arrugan cuando ven la camiseta de Boca”, respetado por todos, amados por la mitad más uno, o el “75% del país” como decía.

En noviembre se despidió en su casa y con su gente. Fue parte de la Expo Boca, que lo tuvo como uno de sus protagonistas. Cantó, firmó remeras, se sacó fotos, abrazó… Nadie sabía que este 9 de enero lo íbamos a llorar repentinamente. Nadie.

Allí había dicho que siempre jugó, entrenó y se cuidó “pensando en la gente”. Quien escribe escuchó como retó a un seguridad que lo quería sacar del lugar, al grito de “dejame, dejame que estoy con mi gente”. Era un guerrero, pero también uno de los santos más importantes de esta religión bostera.

Jugó y vivió a lo Boca. Transpirando la camiseta, dejando todo por nosotros. Más allá de sus mil abdominales por día, más allá de sus frases filosas frente a los micrófonos y a los eternos hijos. No aceptó ofertas de otros clubes, para no enfrentarse a Boca. Eso hubiese sido morir en vida.

El único miedo que tuvo fue defraudarnos. Por eso, dio la vuelta arrodillado. Por eso cumplió su promesa a Dios y le agradeció siempre, cumplir el sueño de su vida, de ser campeón con la azul y oro. Por eso, jugó todo lo que podía, porque quería ganarle al tiempo. Por eso, sabemos que ahora no está, pero que en otra vida La Bombonera lo espera. Por eso Roberto, te amamos, te recordaremos. Por eso te lloro, por eso te escribo con el corazón en la mano. Por eso, donde quieras que vayas a estar, seguirás acá emocionando.