En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, los 20 años del Apertura 2000.

El 17 de diciembre del 2000, para las doce de la noche nadie quería ir a dormir. El camping de Villa María era el destino de una caravana azul y oro, que venía festejando desde hacía días, emulando lo que pasaba en todo el país.  Dicen que para evitar la resaca hay que seguir embriagado de felicidad. Y en ese entonces sí que había resaca. El campeón del mundo seguía festejando…

El recorrido

Todavía estábamos delirando con la Libertadores y despidiendo a dos glorias como Walter Samuel Y el “Vasco” Arruabarrena, cuando saludamos a Pandolfi, Medina, Fagiani y Andrizzi. Esas eran las caras nuevas de cara al Apertura 2000. Nada rimbombante, pero con una seguridad y una confianza tal que no hacía falta mucho brillo en nombres, para seguir brillando en equipo.  

Todo comenzó el 30 de julio cuando Boca recibió a Argentinos Juniors. El torneo empezaba bien con un 4 a 0 sin problemas y con un guiño de gloria: Córdoba atajaba un penal faltando poco para el final. La sonrisa seguía a dibujándose para quedar mucho tiempo. Era la continuación de una primera mitad del 2000 que nos tenía contentos. No sabíamos lo que se venía. Habíamos empezado bien gracias a Giménez, Bermúdez, el Chipi y Palermo. Los últimos tres grandes protagonistas de ese plantel. Bermúdez por la firmeza y la autocrítica para mejorar al equipo; Palermo por el oportunismo y el hambre; el “Chipi” por las apariciones en partidos chivos, como en la segunda fecha frente a Unión en Santa Fe, para lograr dos goles y tres puntos.

El partido con Gimnasia de la Plata, en la tercera fecha, pintaba fácil. Un sábado a la siesta donde Martín con dos goles se encargó de aumentar su historial contra su rival de toda la vida, pero además la vuelta de Román con un golazo para encargarse de una tranquilidad, que se vio trunca porque el Lobo paso del 1-3 al 3- 3 en solo dos minutos.

Con ese panorama se fue a Rosario, para enfrentar a Newells en el siempre complicado Marcelo Bielsa. Fue la noche que Hugo Ibarra se tomó muy en serio lo de ir al Parque de la Independencia, para independizarse por su sector, cortar para adentro, pasar a varios rojinegros y clavar un golazo al ángulo. Palermo llevó la tranquilidad en el 3 a 1, que había empezado al principio del primer tiempo con un penal de Riquelme.

La tranquilidad que Bianchi no tenía al terminar el partido contra Racing por la quinta fecha: “Perder cuatro puntos jugando de local no es lógico para un equipo que quiere salir campeón”. Ese 1 a 1 tuvo que lo tuvo a Gustavo Barros Schelotto como goleador, también tuvo a Bermúdez expulsado. La tranquilidad que fue volviendo en las dos fechas siguientes: por un lado ganando en Córdoba frente a Belgrano, con Delgado y su primer partido como titular, siendo clave y uno de los goleadores pero también por emepzar a ser una parte importantísima en ese equipo; por el otro en ganándole a Almagro en lo que fue el primer enfrentamiento de la historia en La Bombonera. Delgado terminó la victoria que había comenzado Palermo de Penal, pero lo más importante fue la vuelta de “Chicho” Serna, luego de su lesión. En la fecha siguiente, el “Titán” terminó con las preocupaciones que habían empezado con otra expulsión de Bermúdez: Marcó el 1 a 0 frente a Huracán siendo más pescador que nunca.

El segundo partido de Serna en nuestra casa, fue su mejor regreso. Que es lo mismo a decir que fue la noche en que marcó su segundo y último gol – perdón, golazo- con la camiseta de Boca, casi como cuando debutó por primera vez en el equipo y en la red. Fue en el 3 a 2 frente a Lanús, con Maradona en el palco, con el “Chelo”abriendo el partido (una vez más) y Palermo cerrándolo (una vez más) con un autopase de cabeza para su gol.


Segunda mitad

La fecha 10 era contra los de Núñez. Pero antes de eso se metió en el medio la fecha 16. ¿El motivo? Adelantar la fecha en el calendario y en el fixture, en el que el plantel estaría en tierras niponas. Fue un sábado a la noche, en cancha de Lanús contra el complicado y recientemente ascendido Los Andes. El que no pasaba desapercibido, Antonio Barijho, metió un gol clave. Su cuarto y último del torneo.

El 15 de octubre el Superclásico fue en el Monumental. Casi con un presagio de lo que pasaría un mes y medio más tarde. En los primeros minutos Delgado se fue por la izquierda y metió un centro preciso, Palermo conectó la pelota con un frentazo preciso anticipandose al defensor de ellos; Córdoba fue preciso en salidas vitales -pese al empate de Saviola-; Guillermo hacía expulsar a un sacado Ortega en sintonía con su gente y Riquelme fue la gran figura por su precisión. No solamente en los pases, si no cuidando los tiempos y la pelota. Sí, un presagio de lo que pasaría un mes y medio más tarde.

Si la primera parte del torneo había sido relativamente fácil, la segunda empezaba a complicarse un poco. La cabeza puesta en Japón, el cansancio y la presión de estar en lo más alto empezaron a notarse.

Pero además las revoluciones que iban a mil y más si en la siguiente fecha el Vélez de Óscar Tabárez nos visitaba. En el banco de suplentes se cruzaban los colores por un momento y en la cancha se cruzaban los jugadores con uno en particular: José Luis Chilavert.

Delgado -sí otra vez- abría el partido antes de los cinco minutos para un primer tiempo activo, con uno de sus mejors goles con tres dedos. El segundo tiempo fue un festival de Riquelme -sí, continuando el presagio- con dos golazos. En el primero dejando estático a Chilavert, que fue testigo de lujo. El segundo cuando Ibarra se vistió de Román y lo habilitó para que el tercero fuese un hecho. También era un hecho que se iban a ir algunos echados. Y ellos fueron el 1 de ellos y el 9 de nosotros, luego de un tiro libre. Era un round más en su pelea, en donde perdieron ambos.

Córdoba se le reía, La 12 se le reía al parguayo y Boca sonreía. Pero a la sonrisa se iba a empezar a transformar en una mueca de preocupación…

Dame un respiro…

… Es lo que pedían los equipos que venían detrás. River sobre todo y un sorpresivo Talleres de Córdoba que asomaba como candidato sorpresivamente. Dame un respiro se le pedía al clima en Santa Fe, cuando Boca lo visitó a fines de octubre y el calor era agobiante. Mientras que en pleno viaje de estudio yo pedía un respiro para tanta emoción. Mientras los jugadores preparaban su viaje al Cementerio de los Elefantes, Pedro Lajst me dejaba un banderín firmado por pilares de ese plantel. Yo tenía 12 años, y estaba viviendo un sueño, como todos en ese entonces…

El 0 a 0 frente a Colón fue mentiroso, pero parecía no ser un mal resultado. El tema es que nadie contaba con que los pibes de Central le iban a sacar un empate a Boca de visitante en un 3 a 3 inolvidable. Tres veces ganando desde arriba, con Cáceres y un tal “Cata” Díaz, hicieron que Central no diera respiro a la defensa ni al resultado. Delgado, Palermo y Guillermo habían puesto arriba a Boca. Y Boca que quería seguir estando lo más arriba posible dejaba dos puntos para empezar a preocuparse.

El respiro para Boca llegó en las dos fechas siguientes. Contra Independiente pero no por el juego, si no por la lluvia. Se suspendió el partido para despues de la vuelta de Japón. Y contra Talleres, el 19 de noviembre, un día antes de viajar para ser Campeones del Mundo.

Boca se comió los tallarines con palitos. Riquelme fue la gran figura y el fenómeno que titulaban todos los medios al día siguiente, por un golazo que nos hacíasoñar con poder hacer lo mismo en Tokio. Delgado nos daba el respiro para no sufrir más a un errático Palermo. Siete chances de gol, ninguna anotación. Se estaba guardando la gloria en los pies y no lo sabíamos.

El infierno no está encantador…

Boca había vuelto de su viaje a la Segunda Estrella Mundial. Tocaba un partido muy difícil e importante contra San Lorenzo. Por eso en pleno festejo con la Copa Intercontinental en el hotel, luego de llegar a lo más alto que se podía llegar, Bianchi estuvo un poco más allá. “Muchachos se terminó. Hay que jugar un partido importante y hay que ganar el campeonato”. No más festejos, no más champagne, menos en el avión.

El festejo siguió en La Bombonera, cuando el capitán Bermúdez le entregó la Copa Intercontinental a la gente. Cuando todo fue locura, cuando todo fue un delirio.

Pero faltaba un rugido y llegó cerca del final. Las ideas no abundaban, las piernas pesaban, las horas del viaje se sentían… hasta que Román frotó la lámpara y dio un pase exquisito. En seis minutos se terminaba el partido en empate, hasta que Palermo quedó solo frente a Saja y con un toque sutil puso el 1 a 0. A falta de seis minutos, que fueron los que le bastaron para vencer al Real Madrid, Boca lograba tres puntos vitales. Barijho lo abrazaba y se le prendía. Todos eramos el “Chipi” y lo queríamos abrazar y no soltarlo nunca más.

El festejo parecía no tener fin.

En cuatro días todo se volvió tan confuso y raro que nos quedamos medio en silencio. Independiente salió a jugar el partido postergado, con el único propósito de que Boca no diera otra vuelta en Avellaneda. Lo cumplió de la mejor manera. Fue un partido sin atenuantes, un 3- a 0 que golpeaba, pero no tan duro como la lesión de Sebastián Battaglia, quien se rompía los ligamentos.

Era ganar solamente. Por primera vez la presión le jugó una mala pasada al Boca de Bianchi. El 10 de diciembre del 2000, Chacarita hizo de local en Velez y la vuelta de Bianchi a su ex casa no fue la mejor. El Funebrero complicó más las cosas. Boca perdía 2 a 1, Bermúdez descontaba pero no alcanzaba. La gente rezaba porque si ganaba River a Huracán quedaban punteros y parecía que no alcanzaba.

Ese domingo escuché el partido en el Club. Un hincha de River jodía a mi viejo: “¿Que te pasa gordo? ¿Viste que va ganando River? Te veo el domingo para festejar. Entre que nos fuimos de allí hasta mi casa River seguía puntero. Cuando llegué me pusé a gritar. Todos lo hicimos. Derlis Soto nos daba una mano gigante con su gol. Serna confesaba nunca haber gritado un gol así. De golpe todos los fantasmas desaparecieron, sabíamos que no se nos escapaba.

17 de diciembre de 2000

Por 90 minutos nos olvidamos de la victoria frente a los Galácticos. Bianchi nos había acostumbrado a vencer, liderar y festejar. Y así y todo le pedíamos un poco más a los jugadores. Porque era cerrar de la mejor manera el año. El más glorioso de la historia.

En la cancha y frente a los televisores, la protagonista fue la radio. Porque River jugaba contra Lanús y Talleres contra Newells. Y si se daban un par de resultados no dábamos la vuelta. Encima Guillermo explotaba el travesaño y Boca no podía. Encima River ganaba y no pasaba nada. Hasta que pasó de todo: Lanús le dio vuelta el resultado y encaminó la tarde. La lepra hacía lo mismo con los cordobeses y ya la fiesta se desataba.

Pero como en las mejores historias, el invitado de honor no era el esperado: Ni Palermo, ni Guillermo, ni Román. Tampoco Bermúdez con un cabezazo. Ni Ibarra con un zapatazo. Fue un pibe que entró en el entretiempo: Matías Arce. Le bastaron 20 minutos para desatar la locura. Con suspenso su zapatazo se metió entre las piernas de Tauber. Casi desmayado se dejó abrazar por el pueblo y por sus compañeros. Fue una remake de Claudio Benetti ocho años más tarde.

El 17 de diciembre del 2000, para las doce de la noche nadie quería ir a dormir. El camping de Villa María era el destino de una caravana azul y oro, que venía festejando desde hacía días, emulando lo que pasaba en todo el país.  Dicen que para evitar la resaca hay que seguir embriagado de felicidad. Y en ese entonces sí que había resaca. El campeón del mundo seguía festejando… Encima la cábala por esos tiempos en “Punto Banana” de Villa María, era destapar una cerveza por gol que metiera Boca. Imaginemos lo que era abrir birras por cosas ganadas…

Pero antes de eso, a la tarde de ese domingo, Boca había salido campeón de Argentina. De todo en ese año. Antes de eso la “Hiena” Arce entraba para siempre en la historia gracias a su gol y un equipo eterno. Antes de eso La Boca fue alegría y carnaval, en Lanús las lágrimas brotaban sin cesar. Antes de esa noche Carlos Bianchi aplaudía a la ronda que los jugadores hicieron en la mitad de la cancha y se sumaba al avioncito tradicional de cara a la hinchada. Antes de eso el “Virrey” lo explicaba así: “Tal vez ellos vuelvan a repetir otro año como este. Yo no estpy seguro a los 51 años. Por eso estoy contento de haber logrado las cosas que se lograron”. Y se equivocó, la pifió feo, como escribió Caparrós en su libro Boquita.

Antes de esa noche del 17 de diciembre empezábamos a festejar además, y sin saberlo, que Bianchi se había equivocado por vez primera.