Russo le devolvió la ilusión a Boca y su segundo ciclo tiene cosas positivas. Pero, ¿por qué no arriesgó en el partido más importante del año?

El nombre de Miguel Ángel Russo quedará grabado para siempre en la historia de Boca. Los años van a pasar, los campeonatos también, pero la chapita con el escudo del club que aparece en la base de la Copa Libertadores mantendrá vivo el recuerdo del entrenador que festejó en Porto Alegre, luego de golear a Gremio en una final inolvidable. Pero si las buenas se cuentan, las malas también.

Con los ánimos un poco más calmados, aparecen las preguntas tras la vergonzosa actuación del Xeneize ante Santos en Brasil. Pasan las horas y somos muchos los que no entendemos el planteo, la displicencia de algunos futbolistas, la apatía para salir a jugar una semifinal de América, el poco respeto hacia el escudo que se ubica justo por encima del corazón y la insólita decisión de no arriesgar a tiempo.

El técnico decide, los jugadores definen. Así fue, es y será el fútbol. Por eso no se trata de buscar un único culpable, sino de entender por qué se perdió de esta manera. El empate en cero de la ida servía, pero si en la vuelta mostrabas algo más. El certamen continental tiene más de 50 años de vida y ningún equipo que alzó el trofeo lo hizo sin asumir el protagonismo, aunque sea por un rato.

Russo, quien acertó varias veces y logró ser campeón al poco tiempo de volver, se equivocó. Y no está mal decirlo. Porque si la crítica es constructiva, vale. Miguel apostó por una idea que no le resultó y le faltó muñeca para cambiar el plan. Los cambios del entretiempo no resultaron y los dos goles en tres minutos lo dejaron prácticamente liquidado.

Su ciclo debe continuar, al menos para quien escribe. Pero, por más experiencia en el lomo que pueda tener, llegó la hora de cambiar. Boca, un equipo gigante dentro del continente, no puede darse el lujo de quedar afuera con jugadores como Edwin Cardona mirando lo que pasa desde el banco. Y esto no se trata de nombres propios, sino de convencimiento. El prestigio es muy grande como para andar rifándolo así.